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La inocencia de un amor adolescente en la vía de un funesto desenlace -
Mi historia comienza en la red, una tarde de Febrero. Acababa de cumplir 16 años por aquél entonces.
Mi
padre, diseñador gráfico, amaba su trabajo y en mi opinión, tenía
un gran talento.
Mi
madre -quien ya tenía bastante trabajo en casa con mis dos hermanos
pequeños y lidiando, continuamente, con la rebeldía de mis años-
era agente inmobiliaria, poseía grandes dotes de comunicación y le
gustaba interactuar con las personas.
Mis
hermanos pequeños de 7 y 9 años, eran el tormento y la alegría de
la casa.
Yo
vivía en un entorno de felicidad y tenía muchos amigos con los que
compartía buenos momentos, experiencias, diversión y complicidad.
La
tarde del 8 de Febrero, una tarde de domingo, había quedado con Ali
-una de mis mejores amigas- en el centro comercial al que la mayoría
de los jóvenes de la ciudad solíamos frecuentar; desafortunadamente
para ambas, tuve que permanecer en casa cuidando de uno de mis
hermanos pequeños quien se encontraba indispuesto a causa de un
resfriado común. Mis padres irían de visita a casa de mi abuela
paterna.
En
mi habitación, puse un poco de música y encendí el ordenador.
Una
compañera de la escuela de música a la que asistía, había
compartido un enlace en la red social en la que estábamos
registradas. Entre los comentarios, uno llamó poderosamente mi
atención. Provenía de un joven pianista que, al parecer, era muy
talentoso; me animé, entonces, a indagar un poco más en su perfil
social.
Me
pareció tan interesante que atrajo poderosamente mi atención.
Es
cuando todo comenzó...
Solíamos
intercambiar mensajes, cada vez con mayor frecuencia. Más adelante,
interminables horas de conversaciones de voz a través de internet y
posteriormente, entablamos contacto telefónico.
Esperaba
con ansia sus mensajes, sus correos electrónicos, sus fotos, sus
llamadas.
Mis
padres intuían que alguien había despertado, en mi, gran interés,
pero desconocían que mi “amigo secreto” no era un compañero de
clase, que no pertenecía a mi círculo de amigos, que residía en
otra ciudad, a muchos kilómetros de distancia y que tenía algunos
años más que yo.
Paulatinamente
y casi sin darme cuenta, Aaron se convertía para mi, en una persona
especial e importante, aún en la distancia pues no nos habíamos
visto en persona. Reíamos constantemente compartiendo nuestras
historias y experiencias, su risa transmitía alegría si bien, sus
padres se habían divorciado recientemente, lo cual le había
destrozado el corazón.
Vivía
con su madre quien, algunas veces, solía ser inflexible. No tenía
hermanos y ésto causaba en él, un sentimiento de intensa soledad.
Yo
intentaba animarle constantemente y él me hacía sentir que
funcionaba.
Finalmente,
unos meses después, llegó el día que tanto anhelaba.
Su
madre, quien era abogada en un prestigioso despacho, asistiría a una
conferencia importante en una ciudad que distaba 30 km de la mía y
él la acompañaría.
Habíamos
hablado muchas veces sobre nuestro encuentro aunque no hubo, con
anterioridad, la oportunidad de llevarlo a cabo; entre los estudios,
sus problemas familiares y los kilómetros que nos separaban.
Comuniqué
a mis padres que pasaría la tarde estudiando en la biblioteca pero
que estaría de vuelta en casa a tiempo para la cena.
Teníamos
que encontrarnos alrededor de las 16:00 horas, en una cafetería de
mi ciudad, cercana a la estación de autobuses.
Cuando
iba de camino hacia nuestra cita, me llamó por teléfono angustiado,
me dijo que había discutido acaloradamente con su madre debido a que
ésta le había comunicado que, probablemente, debían transferirse a
otro país el próximo año ya que había recibido una interesante
propuesta laboral. Su madre, airada, se había marchado a la
conferencia a la que debía asistir, prohibiéndole salir del
apartamento donde se encontraban hospedados, no pudiendo asistir, por
tanto, a nuestro tan anhelado encuentro.
Yo
estaba desolada... de pie, en la puerta de la cafetería en la que
habíamos convenido encontrarnos cuando, inesperadamente con voz
temblorosa, sugirió que me acercase hasta allí.
La
estación de autobuses se hallaba a escasos metros y mi deseo de
verle era inmenso. Entonces, acepté.
Mis
padres tenían depositada una total confianza en mi y yo respondía,
a ello, siempre con responsabilidad; sin embargo, al llegar a mi
destino, hice una llamada a casa argumentando que debía retrasarme
un poco más de lo previsto debido al cúmulo de apuntes que aún no
había finalizado. Accedieron.
El
corazón me palpitaba con fuerza, las piernas me temblaban a cada
paso que daba...
Llamé
a la puerta y reconocí su voz invitándome a pasar. Cuando lo hice
solo había oscuridad en el interior. Acto seguido comentó que había
recibido de su madre, una fuerte bofetada y se avergonzaba de dejarse
ver, por primera vez, de aquella manera.
Se
me llenaron los ojos de lágrimas ante su confesión.
De
pronto, a medida que me aproximaba, su rostro se veía diferente, sus
manos parecían más fuertes, su silueta más grande. Me detuve presa
de la confusión pero, entonces, dirigió sus pasos hacia mi. Estaba
tan asustada que encendí, rápidamente, el interruptor más próximo
que encontré para, finalmente, comprender que tenía ante mi a un
hombre mucho mayor.
No
fui capaz de entender lo que estaba sucediendo.
Salí
corriendo estremecida pese a sus esfuerzos por detenerme. Dirigí
vertiginosamente mis pasos hacia el autobús rumbo a casa.
Mensajes
suyos y llamadas atiborraban mi teléfono móvil día tras día. La
pesadilla no había hecho nada más que empezar.
Cierta
tarde al salir de clase, un coche de color gris me interceptó. Aquél
hombre iba en el interior. Se detuvo e insistió en que debíamos
hablar. Subí al coche ante su incesante petición; después de todo,
yo necesitaba, también, una explicación.
Cuando
me encontraron al cabo de una semana, el informe forense reveló que
mi cuerpo había sido agredido sexualmente en repetidas ocasiones,
post mortem. La causa de la muerte fue un fuerte golpe en la cabeza
al caer, tras un forcejeo.
E.
P., las iniciales de su nombre. Tenía 40 años de edad en el
momento en el que acaecieron los hechos. De apariencia juvenil.
Poseía gran destreza con el piano desde temprana edad.
Vivía
con su madre, postrada en una cama a causa de una enfermedad. No
tenía hermanos y su padre los había abandonado cuando era aún muy
pequeño.
El
carácter dominante de su madre le había impedido construir su
propia vida y cultivar su talento para la música.
No
tenía antecedentes penales. Era un hombre de carácter introvertido.
Se
encontraron, en su ordenador, archivos de contenido pornográfico
infantil.
Fui
yo su primera víctima y aunque se me haya arrebatado la vida tan
pronto, al menos tengo la certeza de que no podrá lastimar a nadie
más, pues su cuerpo fue encontrado junto al mío.
Abrazándome...
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Escrito por Key A Anquetil
Copyright © Key A Anquetil - Todos los Derechos Reservados al Autor
Foto: Copyright © Anthony Anquetil - Todos los Derechos Reservados al AutorPublicado en Revista Femenina Aire: Enlace Publicación