- El camino para la consecución de objetivos puede demandar un alto precio -
Ataviada
con la impoluta indumentaria blanca reglamentaria aquel estival
sábado de julio, entretanto una multitud atenta presenciaba el acto
y gallardas siluetas eran dibujadas por el sol a la vez que sus rayos
deslumbraban al posarse sobre aquellos elegantes atuendos de quienes
entonces fueron mis compañeros; yo me preparaba para el saludo a la
enseña nacional bajo la amenazante mirada del enjuto Brigada
Silbeiras.
Era una estudiante de medicina de 24 años de edad cuando arribé a la Escuela de Especialidades Fundamentales, previa superación de las pruebas de acceso.
Mi
anhelo fue siempre el ejercer como médico militar; sin embargo, mi
entusiasmo por familiarizarme previamente con la vida castrense me
llevó a acceder como Aspirante a Marinero en la especialidad
de Hostelería -durante mis últimos años de carrera- debido a la
pasión y conocimientos con los que ya contaba en las artes
culinarias; asimismo me facilitaba el no desatender mis estudios
universitarios.
El
día de mi ingreso a la escuela, un aire de algarabía se percibía
entre los aspirantes; entre sonrisas, abrazos, bromas y nostalgia,
familiares y amigos que los acompañaban les daban una calurosa
despedida que, en la mayoría de los casos, se prologaría por unos
meses debido a los kilómetros que separaban la escuela de sus
hogares.
Los
míos, ciñéndose a mis deseos, no me acompañaron aquel día; mi
innata aptitud para el servicio y compromiso, me constreñía a
disciplinar incluso mis más profundos sentimientos dando, así, el
beso de despedida a mi devota madre, en la intimidad de nuestro
hogar.
Ya
en formación, con una alocución cargada de sentimiento patriótico,
los Brigadas Silbeiras y Ratos, asignados como responsables
académicos de la Brigada Charlie -de
aquel año- hicieron su presentación ante los 105
jóvenes -féminas y varones rondando la veintena- aspirantes a
marineros profesionales en las distintas especialidades que ofrecía
la escuela. Algunos -entre nacionales y extranjeros- motivados por
las tradiciones familiares castrenses; otros, por vocación militar;
asimismo, la motivación dineraria -respaldada por la difícil
coyuntura económica mundial de entonces- también se hacía presente
entre otros tantos.
En
medio de todo ello y sin tradiciones familiares ni una ortodoxa o
purista vocación de tipo marcial, sin ser movida por retribución
pecuniaria alguna, me encontraba yo, impulsada por mi único afán de
poner al servicio de la humanidad mis conocimientos y habilidades
como profesional en medicina bajo el convencimiento de hallar un
mayor campo de acción en el ámbito militar.
Me
había preparado con empeño durante meses, física y mentalmente
para lo que -de conocimiento general- se esperaba de una escuela
militar; no obstante durante los primeros días en ella, descubrí
estupefacta que aquello a lo que debía hacer frente era de
naturaleza sórdida.
El
área de alojamiento para los estudiantes que recibía el nombre de
Sollado, estaba dividido en los sectores femenino y masculino
pero la distancia que separaba a ambos no era obstáculo suficiente
para dar rienda suelta al ímpetu juvenil que no entendía de
disciplina ni de normas de conducta, donde únicamente el código del
silencio poseía fuerza de ley.
Cada
noche al cerrar los ojos, me preguntaba si mi descanso se sería
irrumpido por algún enfrentamiento, por sollozos ahogándose en
alcohol en la oscuridad de las habitaciones, por alguna improvisada
farra donde el sexo, el tráfico y consumo de drogas y bebidas era
habitual al igual que los hurtos de efectos personales.
Paulatinamente
comprendí que dicho código de silencio se extendía hacia los
niveles superiores en la cadena de mando.
Sumergida
en una estremecedora realidad y en ausencia de acciones a emprender a
excepción de solicitar la baja -traduciéndose en abandonar
el camino para el que me había preparado con dedicación y el que
había elegido- opté por mantenerme al margen de todo aquello pero
no sin pagar el precio del ostracismo que conllevaba. Distinto precio
al que tuvo que pagar el Bravo joven marinero profesional
-estudiante de periodismo- cuya vida fue segada misteriosamente un
día de arresto en la escuela, a solo unos días de conocer su
destino laboral.
Suceso
desencadenante de mi posterior baja de la escuela de especialidades.
Los
Brigadas Silbeiras y Ratos, emprendieron una tenaz cruzada contra mi.
Entretanto
el primero se empeñaba a fondo con el objetivo de encontrar día a
día una razón distinta con la cual justificar mis arrestos a los
que tan apasionadamente solía llamar “puros” -susurrándomelo
al oído- para luego, al cumplirlos en el interior de la
escuela, acariciarme sagazmente la mano, la espalda, los muslos;
Ratos se empecinaba en descalificar con efectividad inmediata, las
pruebas que -en todas las materias- intachablemente aprobaba; así
como también, en obsequiarme alusiones y comentarios denigrantes a
mi condición femenina.
Aquel
mediodía de julio, el día de la denominada Jura de Bandera;
mientras el sofocante astro rey abrasaba mi rostro, comprendí
íntegramente que el mayor campo de acción para ejercer mi profesión
se encuentra en la humanidad doquiera se halle, evidenciando así el
erróneo camino que había elegido.
Decidí
entonces conseguir con prontitud mi baja, deviniendo ello en
una revuelta que contaba con una única protagonista.
A
solo una semana de recibir mi destino, compilé -voluntariamente- una
serie de cargos que me imposibilitaban por todos los medios el
permanecer en dicha escuela.
Pese
a ésto, me vi obligada a cumplir un periodo de arresto previo.
Cumpliendo
con mis últimos días en aquel lugar -durante dicho periodo de
arresto- las vejaciones y sutiles amenazas de Ratos contrastaban con
los intentos de Silbeiras por aprovechar cada último momento en
alcanzar un mayor contacto físico con la joven “conocedora óptima
de la anatomía humana” como solía divulgar.
Años
más tarde, el arduo trabajo en diversas organizaciones a nivel
mundial, me llevó a recobrar mis ilusiones y propósitos; entonces,
prestar mis servicios y entrega a la humanidad finalmente se vieron
materializados.
-2015-
Hace
algunos meses al proceder con la tradicional visita navideña a mi
madre y familiares acompañada de mi marido y mi pequeño de tres
años de edad, vislumbré -en un supermercado de la ciudad- la esbelta figura del Brigada Silbeiras, le acompañaba su
amante
esposa. Instantáneamente el repulsivo recuerdo de sus manos rozando
mi cuerpo y estrujándome violentamente contra la pared
justificándose en el burdo argumento de subyugar al estudiante
indisciplinado, asaltó mi memoria una vez más mellando mi ánimo,
para luego comprender que algo dentro de mi no volvería jamás a ser
lo que fue.
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Escrito por Key A Anquetil
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Publicado en Revista Femenina Aire: Enlace Publicación