- Vidas abatidas por el yugo del poder -
Crecí
en el número 13 de una calle de tránsito peatonal, en un barrio de
gente asalariada, de donde desahuciaron a mi familia hace ya muchos
años.
Entre
las viejas paredes del segundo piso, mi madre dio el biberón y
cambió los pañales a sus tres hijos entretanto sobrellevaba su
separación matrimonial.
Allí
asistí al colegio, viví mi adolescencia y me enamoré por primera
vez. Una pintoresca estampa familiar; truculenta y sórdida desde un
gélido 6 de febrero cuando el personal de mudanzas empaquetó en
escasas horas, toda nuestra vida.
Como
todos los días, mi madre nos despertó con una sonrisa y nos preparó
el desayuno; era un día normal para nosotros, pero el más aterrador
para ella.
A
la vuelta de clase, mi madre nos esperaba en el portal en compañía
de mis abuelos y mientras el menor de mis hermanos preguntaba dónde
se hallaban sus juguetes; yo, al ver nuestras cosas en cajas e
intuyendo que algo terrible sucedía, con impotencia interpelé a mi
madre en un intento por dar respuesta a lo que acontecía ante mi
atónita mirada.
Visiblemente
entristecida y conteniendo las lágrimas, aseguraba que la casa se
había 'roto' motivo por el cual no podíamos
continuar habitándola; dirigió entonces la mirada hacia mi en busca
de complicidad y acariciando dulcemente el rostro del pequeño de
casa, le dijo que no se preocupara puesto que sus cosas no estaban
perdidas y lo divertido que resultaría desembalarlo todo en casa de
los abuelos.
Cuando
rondaba los 22 años de edad, me impliqué activamente en la lucha
contra las vicisitudes en las que muchas veces nos vemos inmersos
como consecuencia de la aplicación de la lógica capitalista;
entretanto realizaba estudios en el ámbito periodístico.
Mi
andadura no comulgó, bajo ninguna circunstancia, con el ejercicio de
acciones violentas; no obstante -algunos años más tarde- mi vida
daría un giro inesperado convirtiéndome en protagonista
involuntario de un acto de uso indebido del monopolio de la fuerza,
perpetrado por quienes lo poseen, por aquellos quienes tienen a su
cargo la misión de proteger al ciudadano.
Una
pluviosa tarde de noviembre, una multitud -entre vecinos, amigos,
miembros de asambleas y plataformas; así como periodistas- nos
congregábamos en el número 6 de un edificio de ladrillo rojo para
recibir a la comisión judicial y a un gran número de efectivos
policiales; equipados, en su mayoría, con pancartas en señal de
protesta por el desahucio de una familia con dos pequeños de siete y
cuatro años de edad, además de un bebé de seis meses.
Nos
manifestamos en oposición al suceso; sin embargo, nada pudimos hacer
para evitar el aciago desenlace.
En
las inmediaciones del lugar de los hechos, un bloque de viviendas
vacías, fue el escenario de la angustia, rabia pero sobre todo
impotencia de algunos de los presentes así como también, de los
parientes de quienes luchaban por no perder, mucho más que la
vivienda, su 'hogar'.
La
manifestación, entonces, tomó un cariz siniestro cuando los agentes
antidisturbios arremetieron brutalmente contra los asistentes a la
protesta -contra todos los que
pudieron- desencadenando, así, disturbios violentos entre éstos
y los manifestantes.
El
episodio se saldó con una veintena de heridos entre los cuales
también se encontraba este novel periodista.
Fuimos
trasladados inmediatamente al hospital donde nos atendieron de las
lesiones infligidas. Tras ser intervenido quirúrgicamente, me
informaron de que perdería irreversiblemente la visión del ojo
izquierdo, como consecuencia de la agresión de la que había sido
víctima; además de presentar fracturas múltiples por todo el
cuerpo.
La
fatalidad sobrevino cuando me disponía a abandonar el lugar; observé
el ajetreo suscitado y entonces supe que había llegado el momento de
partir. Repentinamente, el impacto de un objeto -posteriormente
identificado como 'pelota de goma'- me arrebató bruscamente
las gafas del rostro y a continuación, mientras yacía aturdido
sobre el pavimento, varios agentes antidisturbios me propinaron una
brutal descarga de golpes, dejándome al abandono, inconsciente.
Un
grupo de manifestantes se precipitó para brindarme auxilio pero,
acto seguido, los uniformados arremetieron de igual manera contra
ellos.
Este
testimonio, así como el de muchos otros, forma parte de un informe
presentado por Amnistía Internacional en diversas capitales
europeas; el mismo que demuestra que no nos enfrentamos a problemas
puntuales; por el contrario, a una actuación desproporcionada y
abusiva de la fuerza por parte de los funcionarios encargados de la
seguridad ciudadana y del orden.
Un
aspecto alarmante de todo aquello, es la impunidad con la que se han
saldado estas actuaciones.
Siete
meses después de lo acaecido, el juzgado resolvió no admitir a
trámite la denuncia presentada, argumentando que los responsables
de la agresión no habían podido ser identificados.
Desafortunadamente,
no existirá otra oportunidad para obtener justicia ni reparación;
al mediodía de un miércoles de septiembre, perdí la vida a la edad
de 33 años como consecuencia de una lesión cerebral.
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Escrito por Key A Anquetil
Copyright © Key A Anquetil - Todos los Derechos Reservados al Autor
Foto: Copyright © Anthony Anquetil - Todos los Derechos Reservados al Autor
Publicado en Revista Femenina Aire: Enlace Publicación
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