- Una truculenta pesadilla acechaba tras una sonrisa -
Mi nombre es Beth, fui una adolescente como cualquier otra; sin embargo, lo que tal vez me diferenciaba de las demás, era mi compulsiva obsesión por verme delgada.
Solía
practicar algunos deportes; no obstante, nunca fui constante y mi
incontrolable deseo por comer, fue siempre la debilidad que
imposibilitaba aún más la consecución de mis objetivos.
Nunca
me consideré una joven físicamente agraciada; tampoco destacaba
mucho a nivel académico ni social.
Al
cabo de unos años, obtuve un título universitario en veterinaria;
desafortunadamente, poco tiempo después, mi madre sufrió un trágico
accidente automovilístico en el que perdió la vida.
Laura,
mi hermana tres años mayor, era mi núcleo familiar y el vínculo
que nos unía era, realmente, muy especial.
Conseguí
empleo en un centro veterinario gracias a un apreciado amigo de mis
difuntos padres.
Mi
pasión por los animales hacía placentero el desempeño de mi
actividad laboral.
El
tiempo transcurría sin mayores preocupaciones que el ejercicio de mi
profesión, la vida familiar, los pocos amigos que conservé desde la
adolescencia y los nuevos que llegaban a mi vida con el paso de los
años.
Pese
a todo esto, la sombra de aquella persistente vieja obsesión aún me
acompañaba.
Un
día -como cualquier otro- cuando me disponía a dar por terminada mi
jornada, fui requerida para atender un caso de urgencia canina.
Un
adorable beagle había sido arrollado por un vehículo; por fortuna,
no presentaba daños severos; pensé, sin embargo, que su excesivo
peso era algo preocupante...
Entablé,
entonces, una amena charla con el propietario, un atractivo joven
quien se veía muy consternado por lo sucedido.
Se
encontraba tan agradecido que, además de elogiar mi trabajo, sus
cálidas palabras tuvieron un indescriptible efecto hipnotizador en
mi.
Gélido
invierno del 2000, conocí al hombre que transformó radicalmente mi
vida.
Aún
conservo vivo el recuerdo del idílico inicio de nuestra relación;
llena de inolvidables momentos. Sentí haber encontrado la felicidad
de un sincero y verdadero amor, junto a él.
Así
mismo, aquella férrea vehemencia por autoimponerme rigurosas dietas
y excesivas rutinas de ejercicios -que con los años había
conseguido el absoluto control de mi mente- desaparecía
paulatinamente.
Prioricé
siempre el afán por reducir mi talla con el único objetivo de
sentirme atractiva, sin conseguirlo; y, finalmente, por primera vez,
me sentía dichosa, amada; en una perfecta comunión conmigo misma.
Con
su amor, comprendí la irrelevancia de todo aquello, así como la
importancia de aceptar nuestra propia naturaleza.
No
obstante, mi ventura se veía ensombrecida por la constante
sobreprotección de Laura, a quien, cruelmente, aparté de mi lado en
mas de una ocasión.
Me
llevó mucho tiempo comprender lo que estaba sucediendo y aceptar la
realidad.
Cuando
finalmente lo hice, mi índice de masa corporal rondaba los 44 y
padecía de obesidad mórbida, entre muchos otros problemas de salud.
Se
hacía llamar Sam; no obstante, era tan sólo uno de los muchos
nombres que solía utilizar para proteger su verdadera identidad.
Era
un “Feeder”.
Laura
dedicó gran parte de su tiempo y dedicación a dar luz a los
acontecimientos que giraban entorno a mi.
Descubriendo
que el feederism es un trastorno mental relacionado
con la alimentación, por el cual una persona el “feeder” o
“alimentador” proporciona alimento en cantidades excesivas,
con el propósito de engordar a otra, el denominado “feedee”;
quien recibe los alimentos de manera voluntaria y, en algunos casos
-como en el mío- inconsciente.
El
objetivo: el estímulo y el placer sexual.
El
año y medio de relación vivido, vio llegar su amargo final.
Tras
ésto, experimenté numerosos episodios de depresión por lo cual, me
vi en la necesidad de llevar a cabo una terapia psicológica; padecí
diversas enfermedades; así como, sus innumerables intentos por
recuperarme a los que, en más de una ocasión, sucumbí.
El
cúmulo de conflictos que atormentaban mi existencia, me impidió
continuar con el ejercicio de mi profesión; lo que, acrecentaba aún
más la depresión y el sufrimiento en los que me encontraba inmersa.
Fue
un largo y duro proceso en el que recibí el incondicional y continuo
apoyo de mi amada hermana Laura; a quien aún dedico un pensamiento
cada día desde que me dejó para reunirse con nuestros padres.
De
igual manera, fui sorprendida gratamente por quienes tuve cerca en
aquel tortuoso periodo y por quienes optaron por el discreto pero
efectivo distanciamiento.
Tiempo
más tarde, mi andadura me condujo al apasionante mundo de la
psicología. Restablecida, con algunos años más y muchos kilos
menos, colaboro en un centro de ayuda para jóvenes con trastornos
alimentarios.
Esta
mañana vi llegar a Lori -una joven de 19 años de edad con un
trastorno de bulimia- a su tercera sesión en el centro.
Un
apuesto muchacho la acompañaba; al recibirla, crucé, brevemente, la
mirada con aquel joven quien dibujó una radiante sonrisa que me
estremeció rápidamente; comprendí, entonces, que la historia se
repetía...
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Escrito por Key A Anquetil
Copyright © Key A Anquetil - Todos los Derechos Reservados al Autor
Foto: Copyright © Anthony Anquetil - Todos los Derechos Reservados al Autor
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